lunes, 29 de octubre de 2007

Hegemonía cultural


El texto adquiere sentido en el contexto, de modo que el cambio de contexto puede mutar la semántica del texto. El discurso cultural predominante es el contexto de las ideas vertidas en el espacio social, de modo que las ideas contrarias a la cultura contextual, además de políticamente incorrectas, pueden llegar a ser, simplemente, extravagantes. La extravagancia, en su sentido jurídico originario, aludía a las constituciones pontificias que recogidas y puestas al final del cuerpo del derecho canónico. Era, pues, una mera denominación referencial (“lo que está fuera de”), que recuerda, analógicamente al sentido inicial del término metafísica, relativo a los tratados aristotélicos que fueron editados después de los de la Física del Estagirita.

La cultura, entendida ideológicamente –al modo en que el marxismo lo hace- es el marco de inclusión de los afines y exclusión de los enemigos –no meramente adversarios- políticos. La creación del contexto cultural florece con la articulación del glosario del buen ciudadano, que manipula los términos para controlar la semántica del pensamiento, y, en última instancia, los sentimientos y comportamientos de las personas. Ya no existen el bien ni el mal, sino la corrección y la incorrección cultural, lo in y out, lo progresista y lo reaccionario.

Se comienza por saturar el espacio público –especialmente a través de los medios de comunicación cercanos- de mensajes plagados de la nueva jerga (“género” en lugar de “sexo”; “interrupción voluntaria del embarazo” en vez de “aborto”; u “homofobia”, y no meramente “oposición a la apología de la homosexualidad”, por citar algunos ejemplos) que introducen la familiaridad sonora en los oídos de los que comparten –o no- dichas tesis, incluidos los que quizás carecen de opinión formada al respecto.

Se genera de este modo, el caldo de cultivo en el que, tras el trabajo de los sentidos especialmente del oído –apelando constantemente a la normalidad de las situaciones propugnadas y la incesante reivindicación y constatación de la anormalidad de las ideológicamente indeseables-, y la vista –denuncia social televisiva de las injusticias generadas por las ideas reaccionarias-, allanan el terreno del pensamiento racional, que, si no opone resistencia crítica, puede llegar a acomodar sus esquemas a tales invasiones cerebrales.

Creado el contexto cultural, el mero uso recto de las palabras parece vacío de contenido, sin sentido, e incluso retrógrado. El lenguaje de la verdad y el bien parece situarse en el pasado, ya dejado atrás tras la refundación de la nueva Academia de la Lengua, otrora monárquica, ya republicana. Se consuma, así el totalitarismo ideológico tan frecuente en estos tiempos, que al controlar el lenguaje, crea el contexto cultural, y excluye ab initio cualquier mensaje contracorrentista. Es la gran ventaja de la izquierda cultural, que en su radicalidad, niega la igualdad de oportunidades argumentativas de toda disidencia, mediante el auto-otorgamiento del gran comodín: ella marca las reglas y el campo de juego, y se erige en juez y parte del discurso cultural en un espacio público contaminado por una insoportable parcialidad.